La Envidia
Reflexiones en torno a Francis Bacon, Melanie Klein y
Miguel de Unamuno
La Envidia acompaña al
éxito
como la sombra al
cuerpo.
Heráclito de Efeso
(544-484- a.C.)
Miguel Duque Pérez-Camacho*
Introducción
El diccionario de la Real Academia de
la Lengua española (vigésima segunda edición) define la Envidia (del latín invidian), como tristeza o pesar del
bien ajeno. Emulación, deseo de algo que no se posee.
La Gran Enciclopedia Larousse la
define (latín invidian, derivado de invidere, mirar con malos ojos).
Padecimiento de una persona porque otra tiene o consigue cosas que ella no
tiene o no puede conseguir. Deseo de hacer o tener lo mismo que hace o tiene
otro.
No hay ningún otro sentimiento,
escribía Francis Bacon (Londres 1561-1626) que haya sido definido como
fascinador o embrujecedor, como el amor y la envidia. Ambos son deseos
vehementes, y encajan entre imaginación y sugestiones: son fáciles de ver,
especialmente sobre la presencia de objetos, que son los puntos que conducen a
la fascinación, si puedes existir algo así. También vemos que la Escritura
(sic) llama a la envidia ojo maligno, y los astrólogos, llaman a las
influencias malignas de las estrellas, aspectos malignos, así que parece que se
reconoce en el acto de la envidia como una eyaculación o irradiación del ojo.
Algunos casos son tan curiosos que cuando el ojo de la envidia más duele, es
cuando la parte envidiada se pone un pedestal de gloria o triunfo.
Casualmente en esas fechas su
coetáneo Lope de Vega y Carpio (Madrid 1562-1635) coincide en la cita: La
envidia astuta tiene lengua y ojos largos.
Si la lectura de Abel Sánchez supone
para muchos el primer acercamiento a la obra de Miguel de Unamuno (Bilbao
1864-Salamanca 1936), el tema principal de la novela, la envidia nos es conocida
a todos por su carácter universal.
Mucho se podría decir de la envidia:
desde el Catecismo, que nos previene de ella, hasta la literatura, con este
Abel Sánchez; desde la vida cotidiana, con sus refranes, hasta la clínica y sus
teorías.
Presente desde el origen de la
humanidad, en el primogénito de Adán y Eva o en la horda primitiva de Freud, la
envidia se nos revela como una pasión inherente al ser humano.
El tema de Abel Sánchez, reducido al
conflicto fratricida entre Caín y Abel, madrugó en los textos unamunianos y fue
madurando a lo largo de toda su obra (…). Fueron muchas veces las que Unamuno
escribió sobre el sentimiento de envidia, como pasión del hombre individual y como
defecto del pueblo español.
Y si, como dijo él mismo, “toda gran
novela es autobiográfica”, ningún libro suyo está tan lleno de autocitas como
Abel Sánchez; “aquí está todo Unamuno: sus angustias, sus trágicas
interrogaciones y su defensa del sentimiento frente a la razón, de la vida
frente al arte y del amor frente al egoísmo”.
La novela nos cuenta la amarga vida
de un hombre, Joaquín Monegro, que lucha dolorosamente contra la envidia y el
odio que siente por su amigo de siempre, Abel Sánchez, quien además de
arrebatarle los compañeros, la novia y el amor de su nieto, da título con su
nombre a la vida de Joaquín.
Amigos desde antes de la niñez, la
diferencia de caracteres les hizo gozar con antitética suerte de la simpatía de
sus compañeros: Abel era el preferido de todos, tenía habilidad para ser
querido y admirado, mientras Joaquín aun siendo mejor estudiante que su amigo,
no alcanzaba tanta popularidad, sintiéndose rechazado por aquellos.
Al concluir el bachillerato, Joaquín
se matriculó en la Facultad de Medicina y Abel se dedicó al arte con el estudio
de la pintura.
La gloria artística de Abel seguía
creciendo, mientras Joaquín, no lograba el sosiego que requería el estudio y la
investigación con que quería obtener la fama.
El
carácter envidioso
“La envidia es el sentimiento enojoso
contra otra persona que posee o goza de algo deseable, siendo el impulso
envidioso el de quitárselo o dañarlo. El estado emocional de la envidia implica
un doloroso sentimiento de carencia y un ansia por aquello cuya falta se
percibe” (Melanie Klein, Viena 1882-Londres 1960).
Francis Bacon escribió: Un hombre que
no tiene virtud en sí mismo, siempre envidiará la virtud en los demás.
Un hombre que está ocupado y es inquisitivo, normalmente es
envidioso. Para
saber más de las cosas de otros hombres, no puede ser a través de todo lo que
implique o concierne a su propio estado; por lo tanto, necesita realizar una
especie de juego de placer, en busca de la suerte de los demás. Una persona que
le importa su propio negocio, no encuentra envidia en otros. La envidia es una
pasión deambulante, que está en las calles y no se queda en casa: Non est curiosus, quin
idem sit malevolus.
Hombres de noble nacimiento, suelen
ser envidiosos hacia hombres nuevos, cuando estos crecen y tienen éxito.
Claudio Naranjo, en su estudio del
Carácter y Neurosis, describe detalladamente el tipo envidioso. Los rasgos que
lo definen, siguiendo a Naranjo, serían:
Necesidad de reconocimiento: Este tipo de personas suele
presentar gran necesidad de reconocimiento y una incapacidad para dárselo a sí
mismo. Este sentimiento de carencia, por una identificación con la parte de su
personalidad que no alcanza la imagen idealizada, le impide valorarse
positivamente y estimar sus propias capacidades y recursos, y a pesar de esta
falta de reconocimiento de sí mismo, y quizás como actitud compensatoria, tiene
grandes deseos de despertar admiración, esperando de lo demás un trato
especial, y sintiendo frustración e insatisfacción cuando se le da un trato
ordinario.
Autoimagen pobre: La envidia está íntimamente ligada
a los sentimientos de inferioridad, culpa y vergüenza. El profundo sentimiento
de envidia y la vergüenza por sentirla provocan una atmósfera de remolino y
turbulencia que fomentan la imagen negativa que tiene de sí mismo.
Concentración en el sufrimiento: Más allá del sufrimiento que surge
de una pobre autoimagen y de la frustración de una necesidad exagerada, parece
clara la tendencia a concentrarse en el dolor. El sufrimiento, la
autovictimización y la expresión de frustración pueden actuar como sustitutos
de la capacidad de pedir, como inductores de culpa en el otro o como elemento
de castigo: Cuando Abel anuncia a Joaquín
su casamiento con Helena, Joaquín, con tono victimista, responde: “que seáis
felices… Yo no lo podré ser ya”. No se puede decir que sea un dolor fingido
o manipulador sino sentido, alimentado constantemente por la comparación con
otro que posee lo que él no aprecia en sí mismo. Como Joaquín Monegro, los que
envidian son pesimistas, amargos, cínicos, melancólicos, nostálgicos, con
tendencia a la queja, el desánimo y la autocompasión; en este tipo de personas,
además de dolor, parece haber cierto goce en el llanto.
Necesidad de conmover: Parecen tener, además, necesidad de
conmover al otro con sufrimiento, intentando saciar de este modo el hambre de
amor mantenida por la necesidad de ser reconocido, pues en su lógica interna
funcionarían así: no me reconocen, luego no me quieren.
Prodigalidad: La hipersensibilidad que muestran
para el sufrimiento es también extensible al sentir ajeno. Estas personas
suelen ser atentas, comprensivas, muy dispuestas a pedir perdón, tiernas,
humildes, amables, cordiales, sacrificadas.
Emocionalidad: La tristeza, la depresión, la
melancolía se manifiestan con una evidente aflicción, con apasionamiento. La
cualidad de emocionalidad intensa se refiere no sólo a la dramatización del
sufrimiento, al ansia del amor y dedicación a los demás, sino también a la
expresión de ira. Las personas envidiosas sienten el odio intensamente.
Arrogancia competitiva: A veces existe, como hemos
señalado, una actitud de superioridad junto a –y en compensación de- una mala
autoimagen. Aunque se autodesprecie y odie, demanda que se le trate como a una
persona especial. Cuando esta demanda es frustrada puede verse complicada por
un papel victimista de “genio incomprendido”.
Esos que desean distinguirse en
demasiadas cosas por frivolidad y pura gloria, son siempre envidiosos. Era el
caso del Emperador Adriano que envidaba a los poetas, pintores y escultores en
aquellas obras en las que él quería distinguirse y tener éxito.
Refinamiento: Hay una inclinación al refinamiento
y su correspondiente aversión a la grosería. Este esfuerzo por la delicadeza,
la elegancia, lo artístico y lo sensible puede entenderse como un intento de
compensar una pobre autoimagen.
Fuerte superyó: Otro de los rasgos que conforman
este carácter sería la presencia de un superyó exigente, presente también en
Joaquín Monegro, que se puede inferir de la comparación exigente con un ideal
del yo inalcanzable, junto con la tenacidad, la orientación hacia las normas,
la propensión a la culpa, la vergüenza y autodenigración.
En lo que se refiere a esos que son
más o menos objetos de envidia. Escribe Bacon: Primero, personas de eminente
virtud, cuando son de edad avanzada y sobresalen, son menos envidiados. Ningún
hombre envidia el pago de una deuda, sino la recompensa y liberalidad. De
nuevo, la envidia aparece siempre con la comparación de uno mismo y donde no
hay comparación, no hay envidia. Por eso los reyes no son envidiados, sino por
reyes.
Nada aumenta más la envidia que una
exageración innecesaria y ambiciosa de los beneficios. Y nada extingue más la
envidia, que una gran persona que mantenga a todos sus colaboradores, en su
pleno esplendor y en los privilegios. De esta forma, habrá muchas pantallas
entre él y la envidia.
La
envidia: Mecanismos de defensa
En Envidia y Gratitud, la
psicoanalista Melanie Klein realiza un exhaustivo trabajo sobre el sentimiento
de la envidia y las defensas que se erigen ante ella. En la novela tenemos
frecuentes muestras de cómo se defiende nuestro personaje ante tan destructivo
sentimiento. Veamos algunos ejemplos tomando como referencia los mecanismos de
defensa que propone Klein:
La defensa contra la envidia a menudo
toma la forma de desvalorización del objeto. El objeto que ha sido
desvalorizado ya no necesita ser envidiado. El objeto idealizado que es
desvalorizado deja de ser ideal. La rapidez con que esta idealización se
destruye depende de la fuerza de la envidia.
Una defensa particular de tipo más
depresivo es la desvalorización de la propia persona.
Otra defensa contra la envidia es la
que se relaciona con la voracidad. Ésta busca extraer todo lo bueno del objeto,
aunque nunca llega a satisfacerse, sintiendo que será suyo todo lo bueno que
atribuye al otro.
Despertar la envidia en otros es un
método frecuente de defensa; por medio del éxito, de los propios bienes y de la
buena suerte, se invierte la situación en que es experimentada la envidia.
Su ineficacia como método deriva de
la ansiedad persecutoria que ocasiona. Las personas envidiosas y en particular
el objeto interno envidioso, son percibidos como los peores perseguidores. El
deseo de provocar envidia en otras personas y particularmente en las amadas, y
triunfar, crea culpa y miedo en dañarlas. La ansiedad despertada perjudica el
goce de los propios bienes e incrementa nuevamente la envidia.
Existe otra defensa que es bastante
común, la de sofocar los sentimientos de amor con la correspondiente intensificación del odio, porque esto es
menos doloroso que soportar la culpa producida por la combinación de amor, odio
y envidia.
Cuando predominan los rasgos
esquizoides y paranoides, las defensas contra la envidia no pueden tener éxito,
puesto que en los ataques sobre el sujeto lo llevan a una sensación de aumento
de la persecución que sólo puede ser manejada por renovados ataques, es decir,
por un refuerzo de los impulsos destructivos.
La
Envidia y el Otro
La envidia, que como dijimos en la
introducción, deriva del latín invidere (mirar con malos ojos), necesita, por
definición, otro al que mirar; otro al que igualar o superar; otro cuyas
cualidades ideales se pretenden poseer o destruir. Se necesita otro para poder
definir la envidia: sin el otro no hay envidia. Del mismo modo, el envidioso
necesita al envidiado para la constitución de
su personalidad.
Hace unos años, un escritor
madrileño, andaluz, vasco y cántabro, inteligente y brillante, me dijo: Miguel,
yo cada equis tiempo me invento una enfermedad para que se recreen los
envidiosos.
*Psiquiatra,
Director del Instituto Canario de Psiquiatría (ICAPSI) y Presidente de la Sociedad Española
de Psiquiatría Social (SEPPS).
BIBLIOGRAFÍA
- Bacon, F. Essay of Francis Bacon
– Of Envy (The Essays or Counsels, Civil and Moral, of Francis Ld. Verulam
Viscount St. Albans).
- Klein, M. Envidia y gratitud en
obras completas. Ediciones Paidós, 1988.
- Naranjo, C. Carácter y Neurosis.
Vitoria Ed. La llave 1998.
- Unamuno, M. Abel Sánchez. Obras
completas. Tomo II. Editorial Escelicer, 1966.