18 de febrero de 2013


La Histeria
Epítome (Primera Parte)

Miguel Duque Pérez-Camacho*


La histeria es una neurosis caracterizada por la hiperexpresividad somática de las ideas, de las imágenes y de los afectos inconscientes (Henri Ey.).

Los griegos antiguos y los romanos, que tomaron el término de los primeros, eran conscientes de los fenómenos histéricos, que consideraban una alteración propia de mujeres y atribuibles a movimientos anormales del útero. El término histeria en sí mismo es un legado de esta teoría física, y deriva de la palabra griega hystera, que significa útero.

En la Edad Media, cuando el interés científico cambió desde el universo físico a los temas espirituales, los conceptos teóricos, que explicaban las alteraciones mentales cambiaron también, de acuerdo con la moda. Los síntomas histéricos y otros síntomas neuróticos se consideraban resultado de la posesión por fuerzas inmateriales eternas y diabólicas, concretamente demonios, diablos y por sus víctimas humanas, las brujas, que llenan las páginas del Malleus Maleficarum. Este libro, escrito por dos monjes dominicos, Heinrich Kramer y James Sprenger, como guía para los inquisidores en el diagnóstico y el tratamiento de las brujas, es uno de los grandes libros de texto de psicopatología de la época, y en sus numerosos casos históricos pueden leerse con precisión descripciones de síndromes clínicos que hoy día nos son familiares.

Cuando el cambio pendular trajo el interés por los fenómenos físicos, apareció la medicina clínica y la atención se centró en la naturaleza de los síntomas, empezando el siglo XVIII la búsqueda de su relación con la patología física. Pronto se hizo evidente, sin embargo, que los pacientes a menudo presentaban síntomas que parecían representar enfermedades físicas conocidas para las cuales no se podían encontrar lesiones patológicas. Fue Sydenham, a finales del siglo XVII, quien subrayó que estos fenómenos histéricos podían aparentar casi todas las enfermedades físicas conocidas, pero no ofrecía ninguna explicación del mecanismo de la formación de síntomas histéricos. La histeria, por tanto, se hizo familiar a los clínicos de los dos siglos siguientes particularmente, como cajón de sastre en lugar de diagnóstico preciso, pero no fue hasta que Charcot empezó sus estudios cuando se llevó a cabo un intento real de comprender el síndrome.

Si las teorías de Charcot e incluso algunas de sus observaciones han resultado ser equivocadas a la luz de los conocimientos posteriores y si sus tratamientos de los pacientes, tal como sugiere Munthe, no fueron, quizá completamente terapéuticos, debe reconocerse, sin embargo, que el comienzo de todo el movimiento contemporáneo de la psiquiatría psicodinámica descansa en sus trabajos. El interés que Charcot atrajo a muchos jóvenes capacitados a la Salpêtriére. Entre ellos, destacan Pierre Janet y Sigmund Freud, cada uno de los cuales se dedicó al estudio de la histeria y contribuyó a sus formulaciones teóricas.

Los signos más destacados de esta Neurosis son conocidos desde la antigüedad y se extiende a toda una tradición de enfermedades sine materia, que han motivado las más vivas discusiones en los médicos de todas  las épocas.

La historia de la neurosis se ha confundido durante mucho tiempo con la de la histeria. En 1682, Thomas Willis reunía con el nombre de histeria, que se remonta a Hipócrates, la mitad de las enfermedades crónicas.

En Francia, ya Charcot había estudiado la histeria por los métodos ordinarios de observación médica y llegaba a minuciosas descripciones sintomáticas, de las que no debe creerse que se hallen totalmente caducas. Babinski, genial neurólogo, consiguió delimitar con precisión el campo de la histeria (los fenómenos “pitiáticos” que pueden ser reproducidos por la sugestión) del de la neurología lesional. A partir de Babinski, sabemos lo que no es la histeria: una enfermedad localizable, susceptible de una definición anatomoclínica y de una descripción por acumulación de signos. Pero Babinski fracasó en su tentativa de definir la histeria: los términos de autosugestión y de pitiatismo no pueden tener sentido más que si se explica lo que es la sugestión o la persuasión, lo que implica el estudio concreto y analítico de la personalidad del histérico. A la histeria, convertida en lo que no existe para la neurología, le faltaba, sin embargo, penetrar en el interior de la “realidad” que es para el psiquiatra.

           Es esto lo que intentó hacer Pierre Janet en la Salpêtriére al estudiar las relaciones de la histeria; de la hipnosis y del automatismo psicológico.

          Una “abreacción” emocional (se dice aún catarsis o liberación de lo reprimido) y de la importancia de la transferencia afectiva en la terapéutica.

       Cabe señalar la influencia tan especial de los fenómenos socioculturales sobre las  manifestaciones exteriores de la histeria; ninguna forma patológica es más sensible al espíritu de la época: los síntomas de la histeria han variado mucho desde Charcot a nuestra época, varían según las culturas, siguen las modas y la evolución de la medicina. No sucede lo mismo con la estructura histérica incluida en el carácter y que, aunque con formas variables, constituye el fondo permanente e invariable de la neurosis.

A-     ESTUDIO CLÍNICO DE LOS SÍNTOMAS HISTÉRICOS

Clásicamente, puede considerarse una ordenación en tres grupos de los síntomas multiformes de la histeria: 1º Los paroxismos: las crisis neuropáticas. 2º Las manifestaciones duraderas por inhibición de las funciones psicomotrices del sistema nervioso. 3º Los trastornos viscerales o tisulares: “trastornos funcionales”, descritos a veces en la histeria.

I-PAROXISMOS, CRISIS, MANIFESTACIONES AGUDAS

Los grandes ataques de histeria. Marcan una época en la historia de esta neurosis: la gran crisis a “lo Charcot” comprendía cinco períodos: 1-Pródromos, 2-Período epileptoide, 3-Período de contorsiones (“clownismo”), 4-Período de trance o de actitudes pasionales, en el cual, la enferma imitaba escenas violentas o eróticas, 5-Período terminal o verbal en el curso del cual la enferma, en medio de “visiones alucinatorias”, de contracturas residuales, volvía más o menos rápidamente a la conciencia.
Formas menores. Si bien ya apenas se observa esta crisis “como en los tiempos heroicos de Charcot”, en cambio, se observan crisis degradadas o camufladas: son las crisis de nervios, en las que la agitación, la burda similitud con la epilepsia, el carácter expresivo de la descarga emocional, la sedación consecutiva al brote erótico o agresivo, conservan todos los rasgos esenciales de la crisis descrita por los clásicos. Existen crisis atípicas más difíciles de diagnosticar: a) La crisis “sincopal”, b) La crisis con sintomatología de tipo extrapiramidal. Agruparemos con este título manifestaciones motrices que pueden ser consideradas como equivalentes menores de la gran crisis: acceso de hipo, de bostezos, de estornudos; crisis de risa o de lloro incoercibles; temblores, sacudidas musculares, tics o grandes movimientos de tipo coreico. c) La histeroepilepsia. d) Histeria y tetania. Consisten en la capacidad tanto por la emoción como por la hiperpnea, hasta tal punto que ya no se sabe si la hiperpnea actúa por su valor emocional o la emoción por sus factores humorales.
Los estados crepusculares y los estados “segundos”. EL ESTADO CREPUSCULAR HISTÉRICO consiste en una debilitación de la conciencia vigil de comienzo y terminación bruscos, que puede ir de la simple obnubilación al estupor,  y que comporta una experiencia semiconsciente de despersonalización y de extrañeza generalmente centrada sobre una “idea fija” (P. Janet). En el síndrome de Ganser, el paciente adopta una actitud aparentemente absurda, con la intención de imitar una psicosis. La finalidad que con ello se persigue, y que muchas veces aparece sumamente transparente ante los ojos del espectador, es la de eludir un castigo o, al menos, un juicio severo. Los enfermos hacen sistemáticamente las cosas al revés, intentan encender una cerilla frotándola en cualquier lugar de la caja, menos en el destinado para ello; si se les pregunta cuánto es 2 por 3, dicen que 5 ó 7, o bien cualquier número inferior a 10, menos el exacto; afirman tener dos narices, etc. Afín al síndrome de Ganser es el puerilismo histérico, durante el cual el paciente aparenta comportarse como un niño pequeño, y que puede proseguir durante semanas.
Las amnesias paroxísticas. Los estados que acabamos de describir comportan por lo general trastornos de la memoria más o menos profundos o paradójicos, pero amnesia también puede presentarse como el único síntoma que, posteriormente, permite suponer la existencia de un estado crepuscular.
Los ataques catalépticos. La tríada característica del sueño (miosis, estrabismo divergente por el predominio del tono del gran oblicuo, contracción activa del orbicular de los párpados).

      II-LOS SÍNDROMES FUNCIONALES DURADEROS

Son generalmente inhibiciones funcionales.

Las parálisis: P. Janet las clasificó en parálisis funcionales y parálisis localizadas.
-Las parálisis funcionales, son parálisis de un movimiento o de un grupo de movimientos coordinados por una misma significación funcional. El tipo lo constituye la astasia-abasia (parálisis de la marcha y de la posición ortostática, quedando la posibilidad de realizar movimientos activos, que se no sean la deambulación). Es frecuente la afonía (pérdida de la voz alta, conservación del cuchicheo).
-Las parálisis localizadas son parálisis de un miembro. Estas parálisis no se acompañan de los trastornos de los reflejos o del tono. Son caprichosas, paradójicas y dan la impresión, a la observación minuciosa del clínico, de depender más de una posición, de una intencionalidad, de una inhibición emocional o de una sugestión, que de trastornos “reales”.
Las contracturas y los espasmos: Así se observan contracturas de los miembros y del cuello, pero sobre todo del tronco (plegadura del tronco o camptocormía). También son frecuentes ciertas manifestaciones tónicas o espasmódicas (hipo, vómitos, espasmos oculofaciales).
Las anestesias: Estas formas de trastornos de la sensibilidad, de su topografía, las modalidades cualitativas de sus alteraciones, no obedecen a las leyes de inervación, de conducción y sistematización de las vías de la sensibilidad.
Los trastornos sensoriales: Son las alteraciones de una función sensorial o de una parte de esta función (amaurosis, sordera, anosmia). La ceguera histérica (amaurosis) es, sin duda, la más notable de estas manifestaciones, y a veces resulta difícil de diagnosticar por medios objetivos.


Quisiera terminar esta primera parte con una cita del Psiquiatra suizo Eugen Bleuler (1857-1939): “Resulta lamentable que el término “histérico” no sea tan solo empleado en sentido médico, sino que se haya convertido, en los usos corrientes del lenguaje, en una especie de insulto”.



*Psiquiatra, Director del Instituto Canario de Psiquiatría (ICAPSI) y Presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Social (SEPPS).



BIBLIOGRAFÍA

  • Bleuler, Eugen. Tratado de Psiquiatría. Tercer Edición Española. Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1971.
  • Escande, M. EMC. Psiquiatría. Tomo 3. 2001.
  • Ey, Herni, Bernard, P., Brisset Ch. Tratado de Psiquiatría. Octava Edición de la 5ª Edición Francesa. Toray-Masson, S.A. Barcelona, 1978.
  • Freedman, A., Kaplan, H.I., Sadock, B.J. Tratado de Psiquiatría. Tomo I. Salvat Editores, S.A. Barcelona, 1982.
  • Gregory, Ian. Psiquiatría Clínica. Segunda Edición. Editorial Interamericana, S.A. 1974.