La Histeria
Epítome (Primera Parte)
Miguel Duque Pérez-Camacho*
La histeria es
una neurosis caracterizada por la hiperexpresividad somática de las ideas, de
las imágenes y de los afectos inconscientes (Henri Ey.).
Los griegos
antiguos y los romanos, que tomaron el término de los primeros, eran
conscientes de los fenómenos histéricos, que consideraban una alteración propia
de mujeres y atribuibles a movimientos anormales del útero. El término histeria
en sí mismo es un legado de esta teoría física, y deriva de la palabra griega hystera, que significa útero.
En la Edad
Media, cuando el interés científico cambió desde el universo físico a los temas
espirituales, los conceptos teóricos, que explicaban las alteraciones mentales
cambiaron también, de acuerdo con la moda. Los síntomas histéricos y otros
síntomas neuróticos se consideraban resultado de la posesión por fuerzas
inmateriales eternas y diabólicas, concretamente demonios, diablos y por sus
víctimas humanas, las brujas, que llenan las páginas del Malleus Maleficarum. Este libro, escrito por dos monjes dominicos,
Heinrich Kramer y James Sprenger, como guía para los inquisidores en el
diagnóstico y el tratamiento de las brujas, es uno de los grandes libros de
texto de psicopatología de la época, y en sus numerosos casos históricos pueden
leerse con precisión descripciones de síndromes clínicos que hoy día nos son
familiares.
Cuando el
cambio pendular trajo el interés por los fenómenos físicos, apareció la
medicina clínica y la atención se centró en la naturaleza de los síntomas,
empezando el siglo XVIII la búsqueda de su relación con la patología física.
Pronto se hizo evidente, sin embargo, que los pacientes a menudo presentaban
síntomas que parecían representar enfermedades físicas conocidas para las cuales
no se podían encontrar lesiones patológicas. Fue Sydenham, a finales del siglo
XVII, quien subrayó que estos fenómenos histéricos podían aparentar casi todas
las enfermedades físicas conocidas, pero no ofrecía ninguna explicación del
mecanismo de la formación de síntomas histéricos. La histeria, por tanto, se
hizo familiar a los clínicos de los dos siglos siguientes particularmente, como
cajón de sastre en lugar de diagnóstico preciso, pero no fue hasta que Charcot
empezó sus estudios cuando se llevó a cabo un intento real de comprender el
síndrome.
Si las teorías
de Charcot e incluso algunas de sus observaciones han resultado ser equivocadas
a la luz de los conocimientos posteriores y si sus tratamientos de los
pacientes, tal como sugiere Munthe, no fueron, quizá completamente
terapéuticos, debe reconocerse, sin embargo, que el comienzo de todo el
movimiento contemporáneo de la psiquiatría psicodinámica descansa en sus
trabajos. El interés que Charcot atrajo a muchos jóvenes capacitados a la
Salpêtriére. Entre ellos, destacan Pierre Janet y Sigmund Freud, cada uno de
los cuales se dedicó al estudio de la histeria y contribuyó a sus formulaciones
teóricas.
Los signos más
destacados de esta Neurosis son conocidos desde la antigüedad y se extiende a
toda una tradición de enfermedades sine
materia, que han motivado las más vivas discusiones en los médicos de
todas las épocas.
La historia de
la neurosis se ha confundido durante mucho tiempo con la de la histeria. En
1682, Thomas Willis reunía con el nombre de histeria, que se remonta a
Hipócrates, la mitad de las enfermedades crónicas.
En Francia, ya
Charcot había estudiado la histeria por los métodos ordinarios de observación
médica y llegaba a minuciosas descripciones sintomáticas, de las que no debe
creerse que se hallen totalmente caducas. Babinski, genial neurólogo, consiguió
delimitar con precisión el campo de la histeria (los fenómenos “pitiáticos” que
pueden ser reproducidos por la sugestión) del de la neurología lesional. A
partir de Babinski, sabemos lo que no es la histeria: una enfermedad
localizable, susceptible de una definición anatomoclínica y de una descripción
por acumulación de signos. Pero Babinski fracasó en su tentativa de definir la
histeria: los términos de autosugestión y
de pitiatismo no pueden tener sentido
más que si se explica lo que es la sugestión o la persuasión, lo que implica el
estudio concreto y analítico de la personalidad del histérico. A la histeria,
convertida en lo que no existe para la neurología, le faltaba, sin embargo, penetrar
en el interior de la “realidad” que es para el psiquiatra.
Es
esto lo que intentó hacer Pierre Janet en la Salpêtriére al estudiar las
relaciones de la histeria; de la hipnosis y del automatismo psicológico.
Una
“abreacción” emocional (se dice aún catarsis o liberación de lo reprimido) y de
la importancia de la transferencia afectiva en la terapéutica.
Cabe
señalar la influencia tan especial de los fenómenos socioculturales sobre
las manifestaciones exteriores de la
histeria; ninguna forma patológica es más sensible al espíritu de la época: los
síntomas de la histeria han variado mucho desde Charcot a nuestra época, varían
según las culturas, siguen las modas y la evolución de la medicina. No sucede
lo mismo con la estructura histérica
incluida en el carácter y que, aunque con formas variables, constituye el fondo
permanente e invariable de la neurosis.
A-
ESTUDIO CLÍNICO DE LOS SÍNTOMAS HISTÉRICOS
Clásicamente, puede considerarse una ordenación en tres grupos de los
síntomas multiformes de la histeria: 1º Los paroxismos: las crisis
neuropáticas. 2º Las manifestaciones duraderas por inhibición de las funciones
psicomotrices del sistema nervioso. 3º Los trastornos viscerales o tisulares:
“trastornos funcionales”, descritos a veces en la histeria.
I-PAROXISMOS,
CRISIS, MANIFESTACIONES AGUDAS
1º Los grandes ataques de histeria. Marcan
una época en la historia de esta neurosis: la gran crisis a “lo Charcot”
comprendía cinco períodos: 1-Pródromos, 2-Período epileptoide, 3-Período de
contorsiones (“clownismo”), 4-Período de trance o de actitudes pasionales, en
el cual, la enferma imitaba escenas violentas o eróticas, 5-Período terminal o
verbal en el curso del cual la enferma, en medio de “visiones alucinatorias”,
de contracturas residuales, volvía más o menos rápidamente a la conciencia.
2º Formas menores. Si bien ya apenas se
observa esta crisis “como en los tiempos heroicos de Charcot”, en cambio, se
observan crisis degradadas o camufladas: son las crisis de nervios, en las que
la agitación, la burda similitud con la epilepsia, el carácter expresivo de la
descarga emocional, la sedación consecutiva al brote erótico o agresivo,
conservan todos los rasgos esenciales de la crisis descrita por los clásicos. Existen
crisis atípicas más difíciles de diagnosticar: a) La crisis “sincopal”, b) La
crisis con sintomatología de tipo extrapiramidal. Agruparemos con este
título manifestaciones motrices que pueden ser consideradas como equivalentes
menores de la gran crisis: acceso de hipo, de bostezos, de estornudos; crisis de
risa o de lloro incoercibles; temblores, sacudidas musculares, tics o grandes
movimientos de tipo coreico. c) La
histeroepilepsia. d) Histeria y
tetania. Consisten en la capacidad tanto por la emoción como por la
hiperpnea, hasta tal punto que ya no se sabe si la hiperpnea actúa por su valor
emocional o la emoción por sus factores humorales.
3º Los estados crepusculares y los estados
“segundos”. EL ESTADO CREPUSCULAR HISTÉRICO consiste en una debilitación de
la conciencia vigil de comienzo y terminación bruscos, que puede ir de la
simple obnubilación al estupor, y que
comporta una experiencia semiconsciente de despersonalización y de extrañeza
generalmente centrada sobre una “idea fija” (P. Janet). En el síndrome de Ganser, el paciente adopta
una actitud aparentemente absurda, con la intención de imitar una psicosis. La
finalidad que con ello se persigue, y que muchas veces aparece sumamente
transparente ante los ojos del espectador, es la de eludir un castigo o, al
menos, un juicio severo. Los enfermos hacen sistemáticamente
las cosas al revés, intentan encender una cerilla frotándola en cualquier lugar
de la caja, menos en el destinado para ello; si se les pregunta cuánto es 2 por
3, dicen que 5 ó 7, o bien cualquier número inferior a 10, menos el exacto;
afirman tener dos narices, etc. Afín al síndrome de Ganser es el puerilismo histérico, durante el cual el
paciente aparenta comportarse como un niño pequeño, y que puede proseguir
durante semanas.
4º Las amnesias paroxísticas. Los estados
que acabamos de describir comportan por lo general trastornos de la memoria más
o menos profundos o paradójicos, pero amnesia también puede presentarse como el
único síntoma que, posteriormente, permite suponer la existencia de un estado
crepuscular.
5º Los ataques catalépticos. La tríada
característica del sueño (miosis, estrabismo divergente por el predominio del
tono del gran oblicuo, contracción activa del orbicular de los párpados).
II-LOS SÍNDROMES FUNCIONALES
DURADEROS
Son
generalmente inhibiciones funcionales.
1º Las parálisis: P. Janet las clasificó
en parálisis funcionales y parálisis localizadas.
-Las parálisis funcionales, son parálisis de
un movimiento o de un grupo de movimientos coordinados por una misma
significación funcional. El tipo lo constituye la astasia-abasia (parálisis de la marcha y de la posición
ortostática, quedando la posibilidad de realizar movimientos activos, que se no
sean la deambulación). Es frecuente la afonía (pérdida de la voz alta,
conservación del cuchicheo).
-Las parálisis localizadas son parálisis de
un miembro. Estas parálisis no se acompañan de los trastornos de los reflejos o
del tono. Son caprichosas, paradójicas y dan la impresión, a la observación
minuciosa del clínico, de depender más de una posición, de una intencionalidad,
de una inhibición emocional o de una sugestión, que de trastornos “reales”.
2º Las contracturas y los espasmos: Así se
observan contracturas de los miembros y del cuello, pero sobre todo del tronco
(plegadura del tronco o camptocormía). También son frecuentes ciertas
manifestaciones tónicas o espasmódicas (hipo, vómitos, espasmos oculofaciales).
3º Las anestesias: Estas formas de
trastornos de la sensibilidad, de su topografía, las modalidades cualitativas
de sus alteraciones, no obedecen a las leyes de inervación, de conducción y
sistematización de las vías de la sensibilidad.
4º Los trastornos sensoriales: Son las
alteraciones de una función sensorial o de una parte de esta función (amaurosis,
sordera, anosmia). La ceguera histérica (amaurosis) es, sin duda, la más
notable de estas manifestaciones, y a veces resulta difícil de diagnosticar por
medios objetivos.
Quisiera
terminar esta primera parte con una cita del Psiquiatra suizo Eugen Bleuler
(1857-1939): “Resulta lamentable que el término “histérico” no sea tan solo
empleado en sentido médico, sino que se haya convertido, en los usos corrientes
del lenguaje, en una especie de insulto”.
*Psiquiatra,
Director del Instituto Canario de Psiquiatría (ICAPSI) y Presidente de la Sociedad Española
de Psiquiatría Social (SEPPS).
BIBLIOGRAFÍA
- Bleuler, Eugen. Tratado de Psiquiatría. Tercer Edición Española. Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1971.
- Escande, M. EMC. Psiquiatría. Tomo 3. 2001.
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- Gregory, Ian. Psiquiatría Clínica. Segunda Edición. Editorial Interamericana, S.A. 1974.