10 de diciembre de 2013
9 de diciembre de 2013
El ICAPSI quiere
hacer una mención especial a la labor realizada desde nuestros inicios por el
Editor Director del Periódico “El Día” de Tenerife, D. José Rodríguez Ramírez,
ofreciendo una colaboración constante, desinteresada y sustancial en la
divulgación de nuestros trabajos. Asimismo, desde el ICAPSI también se quiere destacar a la Srta. Rosi Calvo Afonso, Secretaria
del Instituto, y persona clave para la buena gestión de nuestro trabajo diario.
Afectuosamente,
Miguel Duque Pérez-Camacho
Director del ICAPSI
8 de julio de 2013
La Envidia
Reflexiones en torno a Francis Bacon, Melanie Klein y
Miguel de Unamuno
La Envidia acompaña al
éxito
como la sombra al
cuerpo.
Heráclito de Efeso
(544-484- a.C.)
Miguel Duque Pérez-Camacho*
Introducción
El diccionario de la Real Academia de
la Lengua española (vigésima segunda edición) define la Envidia (del latín invidian), como tristeza o pesar del
bien ajeno. Emulación, deseo de algo que no se posee.
La Gran Enciclopedia Larousse la
define (latín invidian, derivado de invidere, mirar con malos ojos).
Padecimiento de una persona porque otra tiene o consigue cosas que ella no
tiene o no puede conseguir. Deseo de hacer o tener lo mismo que hace o tiene
otro.
No hay ningún otro sentimiento,
escribía Francis Bacon (Londres 1561-1626) que haya sido definido como
fascinador o embrujecedor, como el amor y la envidia. Ambos son deseos
vehementes, y encajan entre imaginación y sugestiones: son fáciles de ver,
especialmente sobre la presencia de objetos, que son los puntos que conducen a
la fascinación, si puedes existir algo así. También vemos que la Escritura
(sic) llama a la envidia ojo maligno, y los astrólogos, llaman a las
influencias malignas de las estrellas, aspectos malignos, así que parece que se
reconoce en el acto de la envidia como una eyaculación o irradiación del ojo.
Algunos casos son tan curiosos que cuando el ojo de la envidia más duele, es
cuando la parte envidiada se pone un pedestal de gloria o triunfo.
Casualmente en esas fechas su
coetáneo Lope de Vega y Carpio (Madrid 1562-1635) coincide en la cita: La
envidia astuta tiene lengua y ojos largos.
Si la lectura de Abel Sánchez supone
para muchos el primer acercamiento a la obra de Miguel de Unamuno (Bilbao
1864-Salamanca 1936), el tema principal de la novela, la envidia nos es conocida
a todos por su carácter universal.
Mucho se podría decir de la envidia:
desde el Catecismo, que nos previene de ella, hasta la literatura, con este
Abel Sánchez; desde la vida cotidiana, con sus refranes, hasta la clínica y sus
teorías.
Presente desde el origen de la
humanidad, en el primogénito de Adán y Eva o en la horda primitiva de Freud, la
envidia se nos revela como una pasión inherente al ser humano.
El tema de Abel Sánchez, reducido al
conflicto fratricida entre Caín y Abel, madrugó en los textos unamunianos y fue
madurando a lo largo de toda su obra (…). Fueron muchas veces las que Unamuno
escribió sobre el sentimiento de envidia, como pasión del hombre individual y como
defecto del pueblo español.
Y si, como dijo él mismo, “toda gran
novela es autobiográfica”, ningún libro suyo está tan lleno de autocitas como
Abel Sánchez; “aquí está todo Unamuno: sus angustias, sus trágicas
interrogaciones y su defensa del sentimiento frente a la razón, de la vida
frente al arte y del amor frente al egoísmo”.
La novela nos cuenta la amarga vida
de un hombre, Joaquín Monegro, que lucha dolorosamente contra la envidia y el
odio que siente por su amigo de siempre, Abel Sánchez, quien además de
arrebatarle los compañeros, la novia y el amor de su nieto, da título con su
nombre a la vida de Joaquín.
Amigos desde antes de la niñez, la
diferencia de caracteres les hizo gozar con antitética suerte de la simpatía de
sus compañeros: Abel era el preferido de todos, tenía habilidad para ser
querido y admirado, mientras Joaquín aun siendo mejor estudiante que su amigo,
no alcanzaba tanta popularidad, sintiéndose rechazado por aquellos.
Al concluir el bachillerato, Joaquín
se matriculó en la Facultad de Medicina y Abel se dedicó al arte con el estudio
de la pintura.
La gloria artística de Abel seguía
creciendo, mientras Joaquín, no lograba el sosiego que requería el estudio y la
investigación con que quería obtener la fama.
El
carácter envidioso
“La envidia es el sentimiento enojoso
contra otra persona que posee o goza de algo deseable, siendo el impulso
envidioso el de quitárselo o dañarlo. El estado emocional de la envidia implica
un doloroso sentimiento de carencia y un ansia por aquello cuya falta se
percibe” (Melanie Klein, Viena 1882-Londres 1960).
Francis Bacon escribió: Un hombre que
no tiene virtud en sí mismo, siempre envidiará la virtud en los demás.
Un hombre que está ocupado y es inquisitivo, normalmente es
envidioso. Para
saber más de las cosas de otros hombres, no puede ser a través de todo lo que
implique o concierne a su propio estado; por lo tanto, necesita realizar una
especie de juego de placer, en busca de la suerte de los demás. Una persona que
le importa su propio negocio, no encuentra envidia en otros. La envidia es una
pasión deambulante, que está en las calles y no se queda en casa: Non est curiosus, quin
idem sit malevolus.
Hombres de noble nacimiento, suelen
ser envidiosos hacia hombres nuevos, cuando estos crecen y tienen éxito.
Claudio Naranjo, en su estudio del
Carácter y Neurosis, describe detalladamente el tipo envidioso. Los rasgos que
lo definen, siguiendo a Naranjo, serían:
Necesidad de reconocimiento: Este tipo de personas suele
presentar gran necesidad de reconocimiento y una incapacidad para dárselo a sí
mismo. Este sentimiento de carencia, por una identificación con la parte de su
personalidad que no alcanza la imagen idealizada, le impide valorarse
positivamente y estimar sus propias capacidades y recursos, y a pesar de esta
falta de reconocimiento de sí mismo, y quizás como actitud compensatoria, tiene
grandes deseos de despertar admiración, esperando de lo demás un trato
especial, y sintiendo frustración e insatisfacción cuando se le da un trato
ordinario.
Autoimagen pobre: La envidia está íntimamente ligada
a los sentimientos de inferioridad, culpa y vergüenza. El profundo sentimiento
de envidia y la vergüenza por sentirla provocan una atmósfera de remolino y
turbulencia que fomentan la imagen negativa que tiene de sí mismo.
Concentración en el sufrimiento: Más allá del sufrimiento que surge
de una pobre autoimagen y de la frustración de una necesidad exagerada, parece
clara la tendencia a concentrarse en el dolor. El sufrimiento, la
autovictimización y la expresión de frustración pueden actuar como sustitutos
de la capacidad de pedir, como inductores de culpa en el otro o como elemento
de castigo: Cuando Abel anuncia a Joaquín
su casamiento con Helena, Joaquín, con tono victimista, responde: “que seáis
felices… Yo no lo podré ser ya”. No se puede decir que sea un dolor fingido
o manipulador sino sentido, alimentado constantemente por la comparación con
otro que posee lo que él no aprecia en sí mismo. Como Joaquín Monegro, los que
envidian son pesimistas, amargos, cínicos, melancólicos, nostálgicos, con
tendencia a la queja, el desánimo y la autocompasión; en este tipo de personas,
además de dolor, parece haber cierto goce en el llanto.
Necesidad de conmover: Parecen tener, además, necesidad de
conmover al otro con sufrimiento, intentando saciar de este modo el hambre de
amor mantenida por la necesidad de ser reconocido, pues en su lógica interna
funcionarían así: no me reconocen, luego no me quieren.
Prodigalidad: La hipersensibilidad que muestran
para el sufrimiento es también extensible al sentir ajeno. Estas personas
suelen ser atentas, comprensivas, muy dispuestas a pedir perdón, tiernas,
humildes, amables, cordiales, sacrificadas.
Emocionalidad: La tristeza, la depresión, la
melancolía se manifiestan con una evidente aflicción, con apasionamiento. La
cualidad de emocionalidad intensa se refiere no sólo a la dramatización del
sufrimiento, al ansia del amor y dedicación a los demás, sino también a la
expresión de ira. Las personas envidiosas sienten el odio intensamente.
Arrogancia competitiva: A veces existe, como hemos
señalado, una actitud de superioridad junto a –y en compensación de- una mala
autoimagen. Aunque se autodesprecie y odie, demanda que se le trate como a una
persona especial. Cuando esta demanda es frustrada puede verse complicada por
un papel victimista de “genio incomprendido”.
Esos que desean distinguirse en
demasiadas cosas por frivolidad y pura gloria, son siempre envidiosos. Era el
caso del Emperador Adriano que envidaba a los poetas, pintores y escultores en
aquellas obras en las que él quería distinguirse y tener éxito.
Refinamiento: Hay una inclinación al refinamiento
y su correspondiente aversión a la grosería. Este esfuerzo por la delicadeza,
la elegancia, lo artístico y lo sensible puede entenderse como un intento de
compensar una pobre autoimagen.
Fuerte superyó: Otro de los rasgos que conforman
este carácter sería la presencia de un superyó exigente, presente también en
Joaquín Monegro, que se puede inferir de la comparación exigente con un ideal
del yo inalcanzable, junto con la tenacidad, la orientación hacia las normas,
la propensión a la culpa, la vergüenza y autodenigración.
En lo que se refiere a esos que son
más o menos objetos de envidia. Escribe Bacon: Primero, personas de eminente
virtud, cuando son de edad avanzada y sobresalen, son menos envidiados. Ningún
hombre envidia el pago de una deuda, sino la recompensa y liberalidad. De
nuevo, la envidia aparece siempre con la comparación de uno mismo y donde no
hay comparación, no hay envidia. Por eso los reyes no son envidiados, sino por
reyes.
Nada aumenta más la envidia que una
exageración innecesaria y ambiciosa de los beneficios. Y nada extingue más la
envidia, que una gran persona que mantenga a todos sus colaboradores, en su
pleno esplendor y en los privilegios. De esta forma, habrá muchas pantallas
entre él y la envidia.
La
envidia: Mecanismos de defensa
En Envidia y Gratitud, la
psicoanalista Melanie Klein realiza un exhaustivo trabajo sobre el sentimiento
de la envidia y las defensas que se erigen ante ella. En la novela tenemos
frecuentes muestras de cómo se defiende nuestro personaje ante tan destructivo
sentimiento. Veamos algunos ejemplos tomando como referencia los mecanismos de
defensa que propone Klein:
La defensa contra la envidia a menudo
toma la forma de desvalorización del objeto. El objeto que ha sido
desvalorizado ya no necesita ser envidiado. El objeto idealizado que es
desvalorizado deja de ser ideal. La rapidez con que esta idealización se
destruye depende de la fuerza de la envidia.
Una defensa particular de tipo más
depresivo es la desvalorización de la propia persona.
Otra defensa contra la envidia es la
que se relaciona con la voracidad. Ésta busca extraer todo lo bueno del objeto,
aunque nunca llega a satisfacerse, sintiendo que será suyo todo lo bueno que
atribuye al otro.
Despertar la envidia en otros es un
método frecuente de defensa; por medio del éxito, de los propios bienes y de la
buena suerte, se invierte la situación en que es experimentada la envidia.
Su ineficacia como método deriva de
la ansiedad persecutoria que ocasiona. Las personas envidiosas y en particular
el objeto interno envidioso, son percibidos como los peores perseguidores. El
deseo de provocar envidia en otras personas y particularmente en las amadas, y
triunfar, crea culpa y miedo en dañarlas. La ansiedad despertada perjudica el
goce de los propios bienes e incrementa nuevamente la envidia.
Existe otra defensa que es bastante
común, la de sofocar los sentimientos de amor con la correspondiente intensificación del odio, porque esto es
menos doloroso que soportar la culpa producida por la combinación de amor, odio
y envidia.
Cuando predominan los rasgos
esquizoides y paranoides, las defensas contra la envidia no pueden tener éxito,
puesto que en los ataques sobre el sujeto lo llevan a una sensación de aumento
de la persecución que sólo puede ser manejada por renovados ataques, es decir,
por un refuerzo de los impulsos destructivos.
La
Envidia y el Otro
La envidia, que como dijimos en la
introducción, deriva del latín invidere (mirar con malos ojos), necesita, por
definición, otro al que mirar; otro al que igualar o superar; otro cuyas
cualidades ideales se pretenden poseer o destruir. Se necesita otro para poder
definir la envidia: sin el otro no hay envidia. Del mismo modo, el envidioso
necesita al envidiado para la constitución de
su personalidad.
Hace unos años, un escritor
madrileño, andaluz, vasco y cántabro, inteligente y brillante, me dijo: Miguel,
yo cada equis tiempo me invento una enfermedad para que se recreen los
envidiosos.
*Psiquiatra,
Director del Instituto Canario de Psiquiatría (ICAPSI) y Presidente de la Sociedad Española
de Psiquiatría Social (SEPPS).
BIBLIOGRAFÍA
- Bacon, F. Essay of Francis Bacon
– Of Envy (The Essays or Counsels, Civil and Moral, of Francis Ld. Verulam
Viscount St. Albans).
- Klein, M. Envidia y gratitud en
obras completas. Ediciones Paidós, 1988.
- Naranjo, C. Carácter y Neurosis.
Vitoria Ed. La llave 1998.
- Unamuno, M. Abel Sánchez. Obras
completas. Tomo II. Editorial Escelicer, 1966.
27 de mayo de 2013
La Histeria
Epítome (Segunda Parte)
Miguel Duque Pérez-Camacho*
Como decíamos
en la primera parte, la histeria es una neurosis caracterizada por la
hiperexpresividad somática de las ideas, de las imágenes y de los afectos
inconscientes (Henri Ey.).
I-LAS MANIFESTACIONES VISCERALES
Clásicamente
la “realidad” de los trastornos viscerales histéricos está admitida, y las
“explicaciones” por la simulación, los efectos de la crisis o el pitiatismo han
perdido mucho crédito. No parece difícil el admitir que la vida inconsciente
pueda actuar sobre los fenómenos vitales y, por consecuencia, pueda expresarse
por medio de alteraciones viscerales; toda la medicina psicosomática gravita
sobre esta hipótesis. Las principales manifestaciones histeroorgánicas son los
espasmos, las algias y los trastornos tróficos.
-LOS ESPASMOS:
Los más frecuentes son digestivos: imposibilidad de tragar, náuseas, vómitos
(principalmente los vómitos del embarazo). El famoso “bolo” histérico, sentido
en el cuello o en el epigastrio. Pero existen otros espasmos; sobre todo
urinarios (retención) y genitales (vaginismo, dispareunia), etc. El asma
depende de una interpretación compleja.
-LAS ALGIAS:
Es inútil intentar esquematizarlas. Todas las localizaciones y todos los tipos
de dolor pueden ser sintomáticos de la histeria. Muy a menudo, su naturaleza
será sospechada, apenas presentado el enfermo, por el aire dramático que
confiere la expresión del síntoma. Un dolor que no sea explicable por
correlaciones locales debe hacer pensar en la histeria.
-LOS
TRASTORNOS TRÓFICOS Y GENERALES: Ya la catalepsia (estado nervioso
caracterizado por la pérdida de contractilidad voluntaria y de la sensibilidad)
nos ha mostrado ciertas anomalías vegetativas. Muchas más comunes son las
reducciones, a veces extremas, del hambre (anorexia mental), de la sed, de las
excreciones (oliguria, constipación). Babinski y Froment han descrito
trastornos vasomotores y tróficos que aparecen en el curso de ciertas parálisis
histéricas; los tegumentos están engrosados, fríos, cianóticos, las
oscilaciones arteriales reducidas, la pilosidad, generalmente desarrollada.
Pueden
incluirse en el mismo grupo de hechos ciertos trastornos paroxísticos
considerados como formando parte de la “patología de la emoción”, ciertas
crisis de urticaria o de edema de Quincke,
ciertos espasmos vasculares. La realidad de ciertos trastornos tales como
hemorragias localizadas o la fiebre no ha sido admitida por todos los autores,
a falta de observaciones indiscutibles. Es el famoso problema de los estigmatizados.
Para la mayoría de autores contemporáneos, estos hechos entrarían en el marco
de los edemas y de los trastornos vasomotores histéricos.
Todos estos
trastornos generales, tróficos o vasomotores deben ser considerados, cuando
existen, como signos de gravedad de la neurosis. Sobre este inventario de
síntomas, podemos subrayar que el contenido manifiesto de la histeria
constituye una exageración patológica de ciertos modos normales de expresión. A
cualquiera de nosotros el miedo “le quita la voz o le paraliza las piernas”, la
atención concentrada nos vuelve “insensibles al dolor” o ante ciertas
percepciones, “olvidamos” ciertas realidades que nos molestan; la alegría, el
miedo a la cólera “nos hacen” bailar, gritar, enrojecer o palidecer, cerrar los
puños, el asco nos produce náuseas, etc. Son manifestaciones no verbales de la
emoción. El histérico habla de “este lenguaje de los órganos” con una especial
elocuencia, vive las metáforas en vez de hablarlas y es esto lo esencial del
fenómeno de conversión somática.
A-EL CARÁCTER HISTÉRICO Y LA
PERSONA DEL HISTÉRICO.
Hay que
considerar ahora la estructura de la personalidad histérica, que contiene
virtualmente, en forma latente, estas manifestaciones. Es importante señalar
que el carácter histérico es el subsuelo habitual de estos síntomas, rebasa por
todos los lados la neurosis de conversión, ya que alcanza por una parte al
sujeto normal (tendencia a “hacer comida”, a “hacer o sentir como si…”), y por
otra a otras formas neuróticas (fobias, etc.) e incluso a ciertas psicosis. El
“carácter”, la “mentalidad”, la “persona” del histérico han sorprendido siempre
a los clínicos, quienes no pueden llegar a separar las manifestaciones
histéricas de la organización neurótica de la personalidad de estos enfermos.
Siempre se ha insistido sobre tres aspectos fundamentales del “carácter” histérico:
a) la sugestibilidad, b) la mitomanía, c) las alteraciones sexuales.
1-Sugestibilidad: El histérico, bien
porque sea sensible a la sugestión y particularmente a la hipnosis, bien porque
se autogestione, se presenta como un individuo “plástico”. Es decir que es
influenciable e inconsistente.
2-Mitomanía: El histérico, por sus
comedias, sus mentiras y sus fabulaciones, no cesa de falsificar sus relaciones
con los demás. Su existencia es a sus propios ojos una seria discontinua de
escenas y de aventuras imaginarias.
3-Alteraciones sexuales: Es lo que da
nombre a esta neurosis. Naturalmente, histérico no significa “erótico” o
“hipergenital”, ya que los histéricos no son ninfómanos o excitados sexuales.
Significa simplemente que su sexualidad está profundamente alterada. En este
campo más que en los otros, las expresiones emocionales y pasionales tienen
algo teatral, excesivo, que contrasta con fuertes inhibiciones sexuales. Así el
“donjuanismo” masculino o el “mesalinismo” femenino de los histéricos ocultan
siempre la impotencia, la frigidez o perversiones.
La inconsistencia de la persona. El Yo
del histérico es un Yo que no ha conseguido organizarse conforme a una
identificación de su propia persona.
La represión amnésica de los
acontecimientos reales. Las “represiones”, las degeneraciones, los
desconocimientos, en el curso de la vida, hacen desaparecer los recuerdos
reales (amnesias, ilusión de la memoria) para sustituirlos ya sea por lagunas,
ya por mentiras.
La falsificación de la existencia. El
histérico no sólo vive en un mundo ficticio por efecto de la represión de todo
lo que debería constituir la trama auténtica de su vida de relación, sino que
además no cesa de obtener “beneficios secundarios” de neurosis por una especie
de erotización de la imaginación.
Los sietes
rasgos unánimemente reconocidos son, en orden decreciente: histrionismo,
egocentrismo, labilidad emocional, dependencia, excitabilidad, actitud de
seducción y sugestionabilidad.
Cuatros rasgos
de la personalidad histérica se agrupan de manera estable: histrionismo,
egocentrismo, provocación sexual y labilidad emocional, formando un factor que
describe la histeria clásica. No obstante, dos rasgos “orales”, la agresividad
y la agresividad oral, tiene una saturación muy fuerte.
Pero otras
dimensiones pueden ponerse en primer plano, tales como la tendencia depresiva
(Mallet), a menudo prevalente en la persona histérica, que siempre es
vulnerable a lo que puede desvalorizarla. Induce los demás rasgos de carácter,
como la dependencia, la sugestionabilidad y la búsqueda afectiva.
PERSONALIDAD
HISTÉRICA
En la
actualidad, la personalidad histriónica se asocia tan a menudo a los trastornos
ansiosos como a los trastornos somatomorfos. Por otra parte, los límites entre
los aspectos normales y patológicos de esta personalidad son imprecisos.
Existen algunos estigmas comunes a las personalidades límite y narcisistas.
·
Histrionismo:
La persona histérica teme sobre todo pasar inadvertida, hace todo lo
necesario para llamar la atención, agradar y seducir: teatralidad de su
presentación (arreglo, vestimenta), hiperexpresividad de sus actitudes
posturales y mímicas (mirada, parpadeos), preocupación por atraer, necesidad de
brillar y discurso “expresionista”, pero pobre en contenido. Nada es
suficientemente bello para esta persona. Su apariencia es impersonal, copiada
de los estereotipos de moda (el “look”) o de las celebridades. El histrionismo
se acompaña de la falta de autenticidad: a diferencia de las personalidad
narcisistas y límites, las histriónicas suelen expresar con emoción el
sentimiento de imposibilidad de ser.
La frecuente insatisfacción de la vida psicosexual
suele quedar ocultada por la seducción y la erotización de las etapas preliminares,
y por una vida procreativa fecunda.
Las relaciones interpersonales (amistosas,
laborales), que se establecen sin dificultad, son de naturaleza narcisista, más
o menos erotizadas y obedecen poco a la reciprocidad.
·
Otras
tendencias y rasgos: La vida intelectual y el pensamiento riguroso están
poco catectizados, a diferencia de las capacidades creativas e imaginativas. El
trastorno “conversión” se encuentra asociado a la personalidad dependiente,
evitante y narcisista (el caso de Anna O, que es el seudónimo de Berta
Pappenheim). Las demás particularidades psíquicas y psicosociales son: el
predominio femenino, la alta frecuencia de casamientos, la marcada incidencia
de los trastornos tímicos, las hospitalizaciones más frecuentes, la vida social
perturbada (familia, amigos) y la adaptación social más favorable. Y no podemos
olvidar la psicosis histérica, caracterizada por comienzo súbito, precipitación
por un acontecimiento exterior, delirio sobre temas de posesión, influencia,
persecución o misticismo, alucinaciones, despersonalización, ausencia, más que
aplanamiento afectivo. Estas “locuras” histéricas no están sistematizadas ni
estructuradas. En su correspondencia con Jung, Freud habla de “paranoia
histérica”.
En el hombre histérico, más cercano a la personalidad
psicopática, se observa: delincuencia menor, jactancia, sueños heroicos, gusto
por la mistificación, tendencia al parasitismo, pasividad, dependencia, interés
por los comportamientos femeninos (cuidado de los niños, actividades
domésticas), búsqueda pasiva de amor.
B-EVOLUCIÓN. COMPLICACIONES.
PRONÓSTICO.
La neurosis
histérica, a pesar de sus manifestaciones paroxísticas, es como toda neurosis
una forma de anomalía de la personalidad que constituye una afección crónica.
Sin duda la neurosis permanece durante más tiempo latente que manifiesta en el
curso de la existencia. Pero tiene una particular tendencia a expresarse por
una flotación de síntomas diversos (crisis, estados crepusculares, amnesias,
síndromes funcionales variados), en primer lugar una cierta edad (adolescencia,
pubertad, después en la edad critica), y a continuación tendencia a renovarse
en ocasión de ciertas situaciones patógenas (emociones, exaltación colectiva,
matrimonio, maternidad, accidentes, etc.).
La evolución
de las manifestaciones neuropáticas es generalmente de corta duración, pero
algunas de ellas pueden ser largas.
*Psiquiatra,
Director del Instituto Canario de Psiquiatría (ICAPSI) y Presidente de la Sociedad Española
de Psiquiatría Social (SEPPS).
BIBLIOGRAFÍA
- Bleuler, Eugen. Tratado de Psiquiatría. Tercer Edición Española. Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1971.
- Escande, M. EMC. Psiquiatría. Tomo 3. 2001.
- Ey, Herni, Bernard, P., Brisset Ch. Tratado de Psiquiatría. Octava Edición de la 5ª Edición Francesa. Toray-Masson, S.A. Barcelona, 1978.
- Freedman, A., Kaplan, H.I., Sadock, B.J. Tratado de Psiquiatría. Tomo I. Salvat Editores, S.A. Barcelona, 1982.
- Gregory, Ian. Psiquiatría Clínica. Segunda Edición. Editorial Interamericana, S.A. 1974.
18 de febrero de 2013
La Histeria
Epítome (Primera Parte)
Miguel Duque Pérez-Camacho*
La histeria es
una neurosis caracterizada por la hiperexpresividad somática de las ideas, de
las imágenes y de los afectos inconscientes (Henri Ey.).
Los griegos
antiguos y los romanos, que tomaron el término de los primeros, eran
conscientes de los fenómenos histéricos, que consideraban una alteración propia
de mujeres y atribuibles a movimientos anormales del útero. El término histeria
en sí mismo es un legado de esta teoría física, y deriva de la palabra griega hystera, que significa útero.
En la Edad
Media, cuando el interés científico cambió desde el universo físico a los temas
espirituales, los conceptos teóricos, que explicaban las alteraciones mentales
cambiaron también, de acuerdo con la moda. Los síntomas histéricos y otros
síntomas neuróticos se consideraban resultado de la posesión por fuerzas
inmateriales eternas y diabólicas, concretamente demonios, diablos y por sus
víctimas humanas, las brujas, que llenan las páginas del Malleus Maleficarum. Este libro, escrito por dos monjes dominicos,
Heinrich Kramer y James Sprenger, como guía para los inquisidores en el
diagnóstico y el tratamiento de las brujas, es uno de los grandes libros de
texto de psicopatología de la época, y en sus numerosos casos históricos pueden
leerse con precisión descripciones de síndromes clínicos que hoy día nos son
familiares.
Cuando el
cambio pendular trajo el interés por los fenómenos físicos, apareció la
medicina clínica y la atención se centró en la naturaleza de los síntomas,
empezando el siglo XVIII la búsqueda de su relación con la patología física.
Pronto se hizo evidente, sin embargo, que los pacientes a menudo presentaban
síntomas que parecían representar enfermedades físicas conocidas para las cuales
no se podían encontrar lesiones patológicas. Fue Sydenham, a finales del siglo
XVII, quien subrayó que estos fenómenos histéricos podían aparentar casi todas
las enfermedades físicas conocidas, pero no ofrecía ninguna explicación del
mecanismo de la formación de síntomas histéricos. La histeria, por tanto, se
hizo familiar a los clínicos de los dos siglos siguientes particularmente, como
cajón de sastre en lugar de diagnóstico preciso, pero no fue hasta que Charcot
empezó sus estudios cuando se llevó a cabo un intento real de comprender el
síndrome.
Si las teorías
de Charcot e incluso algunas de sus observaciones han resultado ser equivocadas
a la luz de los conocimientos posteriores y si sus tratamientos de los
pacientes, tal como sugiere Munthe, no fueron, quizá completamente
terapéuticos, debe reconocerse, sin embargo, que el comienzo de todo el
movimiento contemporáneo de la psiquiatría psicodinámica descansa en sus
trabajos. El interés que Charcot atrajo a muchos jóvenes capacitados a la
Salpêtriére. Entre ellos, destacan Pierre Janet y Sigmund Freud, cada uno de
los cuales se dedicó al estudio de la histeria y contribuyó a sus formulaciones
teóricas.
Los signos más
destacados de esta Neurosis son conocidos desde la antigüedad y se extiende a
toda una tradición de enfermedades sine
materia, que han motivado las más vivas discusiones en los médicos de
todas las épocas.
La historia de
la neurosis se ha confundido durante mucho tiempo con la de la histeria. En
1682, Thomas Willis reunía con el nombre de histeria, que se remonta a
Hipócrates, la mitad de las enfermedades crónicas.
En Francia, ya
Charcot había estudiado la histeria por los métodos ordinarios de observación
médica y llegaba a minuciosas descripciones sintomáticas, de las que no debe
creerse que se hallen totalmente caducas. Babinski, genial neurólogo, consiguió
delimitar con precisión el campo de la histeria (los fenómenos “pitiáticos” que
pueden ser reproducidos por la sugestión) del de la neurología lesional. A
partir de Babinski, sabemos lo que no es la histeria: una enfermedad
localizable, susceptible de una definición anatomoclínica y de una descripción
por acumulación de signos. Pero Babinski fracasó en su tentativa de definir la
histeria: los términos de autosugestión y
de pitiatismo no pueden tener sentido
más que si se explica lo que es la sugestión o la persuasión, lo que implica el
estudio concreto y analítico de la personalidad del histérico. A la histeria,
convertida en lo que no existe para la neurología, le faltaba, sin embargo, penetrar
en el interior de la “realidad” que es para el psiquiatra.
Es
esto lo que intentó hacer Pierre Janet en la Salpêtriére al estudiar las
relaciones de la histeria; de la hipnosis y del automatismo psicológico.
Una
“abreacción” emocional (se dice aún catarsis o liberación de lo reprimido) y de
la importancia de la transferencia afectiva en la terapéutica.
Cabe
señalar la influencia tan especial de los fenómenos socioculturales sobre
las manifestaciones exteriores de la
histeria; ninguna forma patológica es más sensible al espíritu de la época: los
síntomas de la histeria han variado mucho desde Charcot a nuestra época, varían
según las culturas, siguen las modas y la evolución de la medicina. No sucede
lo mismo con la estructura histérica
incluida en el carácter y que, aunque con formas variables, constituye el fondo
permanente e invariable de la neurosis.
A-
ESTUDIO CLÍNICO DE LOS SÍNTOMAS HISTÉRICOS
Clásicamente, puede considerarse una ordenación en tres grupos de los
síntomas multiformes de la histeria: 1º Los paroxismos: las crisis
neuropáticas. 2º Las manifestaciones duraderas por inhibición de las funciones
psicomotrices del sistema nervioso. 3º Los trastornos viscerales o tisulares:
“trastornos funcionales”, descritos a veces en la histeria.
I-PAROXISMOS,
CRISIS, MANIFESTACIONES AGUDAS
1º Los grandes ataques de histeria. Marcan
una época en la historia de esta neurosis: la gran crisis a “lo Charcot”
comprendía cinco períodos: 1-Pródromos, 2-Período epileptoide, 3-Período de
contorsiones (“clownismo”), 4-Período de trance o de actitudes pasionales, en
el cual, la enferma imitaba escenas violentas o eróticas, 5-Período terminal o
verbal en el curso del cual la enferma, en medio de “visiones alucinatorias”,
de contracturas residuales, volvía más o menos rápidamente a la conciencia.
2º Formas menores. Si bien ya apenas se
observa esta crisis “como en los tiempos heroicos de Charcot”, en cambio, se
observan crisis degradadas o camufladas: son las crisis de nervios, en las que
la agitación, la burda similitud con la epilepsia, el carácter expresivo de la
descarga emocional, la sedación consecutiva al brote erótico o agresivo,
conservan todos los rasgos esenciales de la crisis descrita por los clásicos. Existen
crisis atípicas más difíciles de diagnosticar: a) La crisis “sincopal”, b) La
crisis con sintomatología de tipo extrapiramidal. Agruparemos con este
título manifestaciones motrices que pueden ser consideradas como equivalentes
menores de la gran crisis: acceso de hipo, de bostezos, de estornudos; crisis de
risa o de lloro incoercibles; temblores, sacudidas musculares, tics o grandes
movimientos de tipo coreico. c) La
histeroepilepsia. d) Histeria y
tetania. Consisten en la capacidad tanto por la emoción como por la
hiperpnea, hasta tal punto que ya no se sabe si la hiperpnea actúa por su valor
emocional o la emoción por sus factores humorales.
3º Los estados crepusculares y los estados
“segundos”. EL ESTADO CREPUSCULAR HISTÉRICO consiste en una debilitación de
la conciencia vigil de comienzo y terminación bruscos, que puede ir de la
simple obnubilación al estupor, y que
comporta una experiencia semiconsciente de despersonalización y de extrañeza
generalmente centrada sobre una “idea fija” (P. Janet). En el síndrome de Ganser, el paciente adopta
una actitud aparentemente absurda, con la intención de imitar una psicosis. La
finalidad que con ello se persigue, y que muchas veces aparece sumamente
transparente ante los ojos del espectador, es la de eludir un castigo o, al
menos, un juicio severo. Los enfermos hacen sistemáticamente
las cosas al revés, intentan encender una cerilla frotándola en cualquier lugar
de la caja, menos en el destinado para ello; si se les pregunta cuánto es 2 por
3, dicen que 5 ó 7, o bien cualquier número inferior a 10, menos el exacto;
afirman tener dos narices, etc. Afín al síndrome de Ganser es el puerilismo histérico, durante el cual el
paciente aparenta comportarse como un niño pequeño, y que puede proseguir
durante semanas.
4º Las amnesias paroxísticas. Los estados
que acabamos de describir comportan por lo general trastornos de la memoria más
o menos profundos o paradójicos, pero amnesia también puede presentarse como el
único síntoma que, posteriormente, permite suponer la existencia de un estado
crepuscular.
5º Los ataques catalépticos. La tríada
característica del sueño (miosis, estrabismo divergente por el predominio del
tono del gran oblicuo, contracción activa del orbicular de los párpados).
II-LOS SÍNDROMES FUNCIONALES
DURADEROS
Son
generalmente inhibiciones funcionales.
1º Las parálisis: P. Janet las clasificó
en parálisis funcionales y parálisis localizadas.
-Las parálisis funcionales, son parálisis de
un movimiento o de un grupo de movimientos coordinados por una misma
significación funcional. El tipo lo constituye la astasia-abasia (parálisis de la marcha y de la posición
ortostática, quedando la posibilidad de realizar movimientos activos, que se no
sean la deambulación). Es frecuente la afonía (pérdida de la voz alta,
conservación del cuchicheo).
-Las parálisis localizadas son parálisis de
un miembro. Estas parálisis no se acompañan de los trastornos de los reflejos o
del tono. Son caprichosas, paradójicas y dan la impresión, a la observación
minuciosa del clínico, de depender más de una posición, de una intencionalidad,
de una inhibición emocional o de una sugestión, que de trastornos “reales”.
2º Las contracturas y los espasmos: Así se
observan contracturas de los miembros y del cuello, pero sobre todo del tronco
(plegadura del tronco o camptocormía). También son frecuentes ciertas
manifestaciones tónicas o espasmódicas (hipo, vómitos, espasmos oculofaciales).
3º Las anestesias: Estas formas de
trastornos de la sensibilidad, de su topografía, las modalidades cualitativas
de sus alteraciones, no obedecen a las leyes de inervación, de conducción y
sistematización de las vías de la sensibilidad.
4º Los trastornos sensoriales: Son las
alteraciones de una función sensorial o de una parte de esta función (amaurosis,
sordera, anosmia). La ceguera histérica (amaurosis) es, sin duda, la más
notable de estas manifestaciones, y a veces resulta difícil de diagnosticar por
medios objetivos.
Quisiera
terminar esta primera parte con una cita del Psiquiatra suizo Eugen Bleuler
(1857-1939): “Resulta lamentable que el término “histérico” no sea tan solo
empleado en sentido médico, sino que se haya convertido, en los usos corrientes
del lenguaje, en una especie de insulto”.
*Psiquiatra,
Director del Instituto Canario de Psiquiatría (ICAPSI) y Presidente de la Sociedad Española
de Psiquiatría Social (SEPPS).
BIBLIOGRAFÍA
- Bleuler, Eugen. Tratado de Psiquiatría. Tercer Edición Española. Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1971.
- Escande, M. EMC. Psiquiatría. Tomo 3. 2001.
- Ey, Herni, Bernard, P., Brisset Ch. Tratado de Psiquiatría. Octava Edición de la 5ª Edición Francesa. Toray-Masson, S.A. Barcelona, 1978.
- Freedman, A., Kaplan, H.I., Sadock, B.J. Tratado de Psiquiatría. Tomo I. Salvat Editores, S.A. Barcelona, 1982.
- Gregory, Ian. Psiquiatría Clínica. Segunda Edición. Editorial Interamericana, S.A. 1974.
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