8 de julio de 2013


        
La Envidia

Reflexiones en torno a Francis Bacon, Melanie Klein y Miguel de Unamuno

La Envidia acompaña al éxito
como la sombra al cuerpo.
Heráclito de Efeso (544-484- a.C.)


Miguel Duque Pérez-Camacho*

Introducción

El diccionario de la Real Academia de la Lengua española (vigésima segunda edición) define la Envidia (del latín invidian), como tristeza o pesar del bien ajeno. Emulación, deseo de algo que no se posee.

La Gran Enciclopedia Larousse la define (latín invidian, derivado de invidere, mirar con malos ojos). Padecimiento de una persona porque otra tiene o consigue cosas que ella no tiene o no puede conseguir. Deseo de hacer o tener lo mismo que hace o tiene otro.

No hay ningún otro sentimiento, escribía Francis Bacon (Londres 1561-1626) que haya sido definido como fascinador o embrujecedor, como el amor y la envidia. Ambos son deseos vehementes, y encajan entre imaginación y sugestiones: son fáciles de ver, especialmente sobre la presencia de objetos, que son los puntos que conducen a la fascinación, si puedes existir algo así. También vemos que la Escritura (sic) llama a la envidia ojo maligno, y los astrólogos, llaman a las influencias malignas de las estrellas, aspectos malignos, así que parece que se reconoce en el acto de la envidia como una eyaculación o irradiación del ojo. Algunos casos son tan curiosos que cuando el ojo de la envidia más duele, es cuando la parte envidiada se pone un pedestal de gloria o triunfo.

Casualmente en esas fechas su coetáneo Lope de Vega y Carpio (Madrid 1562-1635) coincide en la cita: La envidia astuta tiene lengua y ojos largos.

Si la lectura de Abel Sánchez supone para muchos el primer acercamiento a la obra de Miguel de Unamuno (Bilbao 1864-Salamanca 1936), el tema principal de la novela, la envidia nos es conocida a todos por su carácter universal.

Mucho se podría decir de la envidia: desde el Catecismo, que nos previene de ella, hasta la literatura, con este Abel Sánchez; desde la vida cotidiana, con sus refranes, hasta la clínica y sus teorías.

Presente desde el origen de la humanidad, en el primogénito de Adán y Eva o en la horda primitiva de Freud, la envidia se nos revela como una pasión inherente al ser humano.

El tema de Abel Sánchez, reducido al conflicto fratricida entre Caín y Abel, madrugó en los textos unamunianos y fue madurando a lo largo de toda su obra (…). Fueron muchas veces las que Unamuno escribió sobre el sentimiento de envidia, como pasión del hombre individual y como defecto del pueblo español.

Y si, como dijo él mismo, “toda gran novela es autobiográfica”, ningún libro suyo está tan lleno de autocitas como Abel Sánchez; “aquí está todo Unamuno: sus angustias, sus trágicas interrogaciones y su defensa del sentimiento frente a la razón, de la vida frente al arte y del amor frente al egoísmo”.

La novela nos cuenta la amarga vida de un hombre, Joaquín Monegro, que lucha dolorosamente contra la envidia y el odio que siente por su amigo de siempre, Abel Sánchez, quien además de arrebatarle los compañeros, la novia y el amor de su nieto, da título con su nombre a la vida de Joaquín.

Amigos desde antes de la niñez, la diferencia de caracteres les hizo gozar con antitética suerte de la simpatía de sus compañeros: Abel era el preferido de todos, tenía habilidad para ser querido y admirado, mientras Joaquín aun siendo mejor estudiante que su amigo, no alcanzaba tanta popularidad, sintiéndose rechazado por aquellos.

Al concluir el bachillerato, Joaquín se matriculó en la Facultad de Medicina y Abel se dedicó al arte con el estudio de la pintura.

La gloria artística de Abel seguía creciendo, mientras Joaquín, no lograba el sosiego que requería el estudio y la investigación con que quería obtener la fama.


El carácter envidioso

“La envidia es el sentimiento enojoso contra otra persona que posee o goza de algo deseable, siendo el impulso envidioso el de quitárselo o dañarlo. El estado emocional de la envidia implica un doloroso sentimiento de carencia y un ansia por aquello cuya falta se percibe” (Melanie Klein, Viena 1882-Londres 1960).

Francis Bacon escribió: Un hombre que no tiene virtud en sí mismo, siempre envidiará la virtud en los demás.

Un hombre que  está ocupado y es inquisitivo, normalmente es envidioso. Para saber más de las cosas de otros hombres, no puede ser a través de todo lo que implique o concierne a su propio estado; por lo tanto, necesita realizar una especie de juego de placer, en busca de la suerte de los demás. Una persona que le importa su propio negocio, no encuentra envidia en otros. La envidia es una pasión deambulante, que está en las calles y no se queda en casa: Non est curiosus, quin idem sit malevolus.

Hombres de noble nacimiento, suelen ser envidiosos hacia hombres nuevos, cuando estos crecen y tienen éxito.

Claudio Naranjo, en su estudio del Carácter y Neurosis, describe detalladamente el tipo envidioso. Los rasgos que lo definen, siguiendo a Naranjo, serían:

Necesidad de reconocimiento: Este tipo de personas suele presentar gran necesidad de reconocimiento y una incapacidad para dárselo a sí mismo. Este sentimiento de carencia, por una identificación con la parte de su personalidad que no alcanza la imagen idealizada, le impide valorarse positivamente y estimar sus propias capacidades y recursos, y a pesar de esta falta de reconocimiento de sí mismo, y quizás como actitud compensatoria, tiene grandes deseos de despertar admiración, esperando de lo demás un trato especial, y sintiendo frustración e insatisfacción cuando se le da un trato ordinario.

Autoimagen pobre: La envidia está íntimamente ligada a los sentimientos de inferioridad, culpa y vergüenza. El profundo sentimiento de envidia y la vergüenza por sentirla provocan una atmósfera de remolino y turbulencia que fomentan la imagen negativa que tiene de sí mismo.

Concentración en el sufrimiento: Más allá del sufrimiento que surge de una pobre autoimagen y de la frustración de una necesidad exagerada, parece clara la tendencia a concentrarse en el dolor. El sufrimiento, la autovictimización y la expresión de frustración pueden actuar como sustitutos de la capacidad de pedir, como inductores de culpa en el otro o como elemento de castigo: Cuando Abel anuncia a Joaquín su casamiento con Helena, Joaquín, con tono victimista, responde: “que seáis felices… Yo no lo podré ser ya”. No se puede decir que sea un dolor fingido o manipulador sino sentido, alimentado constantemente por la comparación con otro que posee lo que él no aprecia en sí mismo. Como Joaquín Monegro, los que envidian son pesimistas, amargos, cínicos, melancólicos, nostálgicos, con tendencia a la queja, el desánimo y la autocompasión; en este tipo de personas, además de dolor, parece haber cierto goce en el llanto.

Necesidad de conmover: Parecen tener, además, necesidad de conmover al otro con sufrimiento, intentando saciar de este modo el hambre de amor mantenida por la necesidad de ser reconocido, pues en su lógica interna funcionarían así: no me reconocen, luego no me quieren.

Prodigalidad: La hipersensibilidad que muestran para el sufrimiento es también extensible al sentir ajeno. Estas personas suelen ser atentas, comprensivas, muy dispuestas a pedir perdón, tiernas, humildes, amables, cordiales, sacrificadas.

Emocionalidad: La tristeza, la depresión, la melancolía se manifiestan con una evidente aflicción, con apasionamiento. La cualidad de emocionalidad intensa se refiere no sólo a la dramatización del sufrimiento, al ansia del amor y dedicación a los demás, sino también a la expresión de ira. Las personas envidiosas sienten el odio intensamente.

Arrogancia competitiva: A veces existe, como hemos señalado, una actitud de superioridad junto a –y en compensación de- una mala autoimagen. Aunque se autodesprecie y odie, demanda que se le trate como a una persona especial. Cuando esta demanda es frustrada puede verse complicada por un papel victimista de “genio incomprendido”.
Esos que desean distinguirse en demasiadas cosas por frivolidad y pura gloria, son siempre envidiosos. Era el caso del Emperador Adriano que envidaba a los poetas, pintores y escultores en aquellas obras en las que él quería distinguirse y tener éxito.

Refinamiento: Hay una inclinación al refinamiento y su correspondiente aversión a la grosería. Este esfuerzo por la delicadeza, la elegancia, lo artístico y lo sensible puede entenderse como un intento de compensar una pobre autoimagen.

Fuerte superyó: Otro de los rasgos que conforman este carácter sería la presencia de un superyó exigente, presente también en Joaquín Monegro, que se puede inferir de la comparación exigente con un ideal del yo inalcanzable, junto con la tenacidad, la orientación hacia las normas, la propensión a la culpa, la vergüenza y autodenigración.

En lo que se refiere a esos que son más o menos objetos de envidia. Escribe Bacon: Primero, personas de eminente virtud, cuando son de edad avanzada y sobresalen, son menos envidiados. Ningún hombre envidia el pago de una deuda, sino la recompensa y liberalidad. De nuevo, la envidia aparece siempre con la comparación de uno mismo y donde no hay comparación, no hay envidia. Por eso los reyes no son envidiados, sino por reyes.

Nada aumenta más la envidia que una exageración innecesaria y ambiciosa de los beneficios. Y nada extingue más la envidia, que una gran persona que mantenga a todos sus colaboradores, en su pleno esplendor y en los privilegios. De esta forma, habrá muchas pantallas entre él y la envidia.


La envidia: Mecanismos de defensa

En Envidia y Gratitud, la psicoanalista Melanie Klein realiza un exhaustivo trabajo sobre el sentimiento de la envidia y las defensas que se erigen ante ella. En la novela tenemos frecuentes muestras de cómo se defiende nuestro personaje ante tan destructivo sentimiento. Veamos algunos ejemplos tomando como referencia los mecanismos de defensa que propone Klein:

La defensa contra la envidia a menudo toma la forma de desvalorización del objeto. El objeto que ha sido desvalorizado ya no necesita ser envidiado. El objeto idealizado que es desvalorizado deja de ser ideal. La rapidez con que esta idealización se destruye depende de la fuerza de la envidia.

Una defensa particular de tipo más depresivo es la desvalorización de la propia persona.

Otra defensa contra la envidia es la que se relaciona con la voracidad. Ésta busca extraer todo lo bueno del objeto, aunque nunca llega a satisfacerse, sintiendo que será suyo todo lo bueno que atribuye al otro.
Despertar la envidia en otros es un método frecuente de defensa; por medio del éxito, de los propios bienes y de la buena suerte, se invierte la situación en que es experimentada la envidia.

Su ineficacia como método deriva de la ansiedad persecutoria que ocasiona. Las personas envidiosas y en particular el objeto interno envidioso, son percibidos como los peores perseguidores. El deseo de provocar envidia en otras personas y particularmente en las amadas, y triunfar, crea culpa y miedo en dañarlas. La ansiedad despertada perjudica el goce de los propios bienes e incrementa nuevamente la envidia.

Existe otra defensa que es bastante común, la de sofocar los sentimientos de amor con la correspondiente intensificación del odio, porque esto es menos doloroso que soportar la culpa producida por la combinación de amor, odio y envidia.

Cuando predominan los rasgos esquizoides y paranoides, las defensas contra la envidia no pueden tener éxito, puesto que en los ataques sobre el sujeto lo llevan a una sensación de aumento de la persecución que sólo puede ser manejada por renovados ataques, es decir, por un refuerzo de los impulsos destructivos.


La Envidia y el Otro

La envidia, que como dijimos en la introducción, deriva del latín invidere (mirar con malos ojos), necesita, por definición, otro al que mirar; otro al que igualar o superar; otro cuyas cualidades ideales se pretenden poseer o destruir. Se necesita otro para poder definir la envidia: sin el otro no hay envidia. Del mismo modo, el envidioso necesita al envidiado para la constitución de  su personalidad.

Hace unos años, un escritor madrileño, andaluz, vasco y cántabro, inteligente y brillante, me dijo: Miguel, yo cada equis tiempo me invento una enfermedad para que se recreen los envidiosos.






*Psiquiatra, Director del Instituto Canario de Psiquiatría (ICAPSI) y Presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Social (SEPPS).






BIBLIOGRAFÍA

  • Bacon, F. Essay of Francis Bacon – Of Envy (The Essays or Counsels, Civil and Moral, of Francis Ld. Verulam Viscount St. Albans).
  • Klein, M. Envidia y gratitud en obras completas. Ediciones Paidós, 1988.
  • Naranjo, C. Carácter y Neurosis. Vitoria Ed. La llave 1998.
  • Unamuno, M. Abel Sánchez. Obras completas. Tomo II. Editorial Escelicer, 1966.